lunes, 18 de octubre de 2010

Consideraciones para entender "Historias para no dormir"

El concepto de infancia es relativamente nuevo en Occidente, dado que el niño tal como se lo conoce ahora era impensado durante la Edad Media en la cual sólo se lo consideraba y representaba como un adulto en miniatura (1). Junto a la "creación" del concepto de infancia surge la escuela, como institución de acogida y formación de los niños. Y es el flamante sistema escolar en desarrollo el que demandará la existencia de libros que tengan como destinatario específico a los pequeños lectores. De este modo, y a diferencia de la literatura para adultos, la literatura para niños surgió como respuesta a las necesidades del sistema educativo, siendo el resultado de esto la fuerte ligazón, que aún perdura, entre la escuela y la literatura infantil.
Tres clásicos paradigmáticos nos servirán en este artículo para dar cuenta de una fisura que se abre aún en aquellos tiempos donde la literatura para niños era manifiestamente didactista y aleccionadora. Los textos que analizaremos a continuación fueron creados a mediados y fines del siglo XIX, resultaron un éxito editorial de su época y se constituyeron en obras emblemáticas dentro del sistema de libros para niños. Los tres comparten además un fuerte vínculo con la literatura pedagógica vigente en aquellos tiempos. En ellos la actitud humorística en algunas de sus formas más irreverentes y desacralizadoras convive (con diferente grado de conflictividad) con el objetivo pedagógico. Es esta extraña convivencia entre el humor irreverente y la palabra aleccionadora la que nos interesa observar a partir de la lectura de estos clásicos.


Los finales desmesurados de Der Struwwelpeter


Imagen del libro



Der Struwwelpeter (traducido al español como Pedro Melenas; Pedrito el desgreñado o Despeluzado) del doctor psiquiatra Heinrich Hoffmann (2) fue publicado en 1845 bajo el título: Historias muy divertidas y estampas aún más graciosas con 15 láminas coloreadas para niños de 3 a 6 años. Der Struwwelpeter pertenece al copioso grupo de textos que en el siglo XIX eran escritos para enseñar a los niños normas de conducta según los valores y costumbres vigentes. Pero este libro dio una vuelta de tuerca a éste, su aparentemente principal cometido. El libro reúne una serie de poemas narrativos que tienen a niños por protagonistas, y advierten acerca de los peligros de formas de actuar incorrectas. Una de las historias más impactantes es a nuestro entender la "Historia de Gaspar Sopas":

Imagen del libroGaspar era un niño sano,
rollizo, tragón y ufano.
La sopa se la comía
sin rechistar, hasta el día
en que se puso a gritar:
"¡No me la quiero tomar!
¡La sopa no me la como!
¡No la como y no la tomo!"

Imagen del libroAl otro día —¡mirad!—
queda sólo la mitad,
pero se pone a gritar:
"¡No me la quiero tomar!
¡La sopa no me la como!
¡No la como y no la tomo!"


Imagen del libroAl tercer día pasado,
anda muy desmejorado,
pero al ver la sopa entrar,
vuelve a ponerse a gritar:
"¡No me la quiero tomar!
¡La sopa no me la como!
¡No la como y no la tomo!"


Imagen del libroAl cuarto día —¡qué feo!—
Gaspar parece un fideo.
Y como ya no comió,
al quinto día, murió.




Como en la historia de Gaspar, todos los poemas de Der Struwwelpeter poseen la misma estructura narrativa: se presenta al personaje con un rasgo de comportamiento contrario a la norma social: no comer la sopa, chuparse los pulgares, jugar con fósforos, pegarle a los animales, reírse de un niño negro…Luego un hecho provoca el desenlace, y es en este punto donde el libro toma distancia de las convenciones propias de los relatos instructivos, dado que cada historia finaliza sin ningún tipo de moraleja explícita para el lector. En lugar de la moraleja en voz del narrador el desenlace posee características hiperbólicas de un humor negro sorprendente. Las consecuencias que se derivan por la trasgresión de la norma son terribles y exageradas. Esta violación de lo verosímil, es lo que añade la complicidad con el lector infantil (3). Sin dejar de lado la lección moral o cívica, hay un juego con el lector, un guiño de trasgresión no sólo de lo verosímil, sino también de reglas relativas a lo "adecuado" en un mensaje dirigido a los niños. La risa derrumba lo terrible, lo terrible se vuelve risueño, incluso la muerte de un niño. Hoffmann creó en pleno auge de la literatura didáctica (y sin que su libro deje de pertenecer a este tipo de literatura), un libro de humor negro con niños como protagonistas y para lectores niños (de tres a seis años).
En la construcción de este texto parecen cruzarse dos tradiciones: la de los libros instructivos ya señalada, con el modelo de los cuentos populares admonitorios de la tradición oral. En estos relatos populares los niños sucumben atrozmente, o la pasan muy mal en el desenlace de la historia, tal como sucede en la mayoría de las versiones campesinas francesas de Caperucita Roja. Sin embargo en los cuentos de los campesinos franceses, según señala Robert Darnton (4), el final catastrófico para el protagonista no supone ningún tipo de sermón, moraleja o castigo por la mala conducta. El universo planteado por estos cuentos no está gobernado por ninguna moral tangible, la buena conducta no determina el éxito, ni la mala conducta el fracaso del protagonista. Caperucita no ha hecho nada para ser devorada por el lobo "porque en los cuentos campesinos, a diferencia de los de Charles Perrault y de los hermanos Grimm, ella no desobedece a su madre, ni deja de leer las señales de un orden moral implícito que están escritas en el mundo que la rodea. Sencillamente camina hacia las quijadas de la muerte. Este es el carácter inescrutable, inexorable de la fatalidad que vuelve los cuentos tan conmovedores, y no el final feliz que con frecuencia adquirieron después del siglo XVIII." (5)
En Der Struwwelpeter, ya a mediados del siglo XIX, los finales fatales cambian de signo. Por un lado reflejan ellos sí un orden moral, unas normas a transmitir a las nuevas generaciones; por otro el desastre y la muerte para el pequeño protagonista ha perdido su signo fatal y trágico, ya no es reflejo de un mundo donde sobrevivir resulta difícil, la representación de un mundo real cruel y peligroso, arbitrario, en el que la desgracia llega fortuitamente. Los finales exageradamente trágicos del libro del doctor Hoffmann, sin perder su carácter moral (aunque sin duda lo corroen), se transforman en risa festiva que tiene por objeto la catástrofe y la muerte. Lo terrible pierde su carácter fatal y trágico para convertirse en algo digno de mofa.
El efecto humorístico de Der Struwwelpeter, el guiño cómplice de humor negro se intensifica en el juego que el texto establece con la ilustración. Es imposible no reír ante la sopera que descansa sobre la tumba de Gaspar, o ante la composición que forman el montón de cenizas en el que se ha convertido Paulina (la niña desobediente que encendió los fósforos), sus zapatitos rojos en el centro, y los gatos a cada lado llorando su desgraciado fin. Según señala Gemma Lluch los dibujos de Hoffmann, impresionantes por su colorido y expresividad, "beben en la tradición popular de los periódicos, leídos también por los niños, y que se alejaban de la manera tradicional de ilustrar los libros dirigidos a un público más culto" (6).

Marcela Carranza.



Imagen del libro